EVENTOS


CONCIERTO DE FIN DE CURSO 2011/2012
SÁBADO 16 DE JUNIO EN LAS ERAS DE LAS SAL





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 Mientras 700 adolescentes disfrutaban de la Fiesta del Año, los organizadores valoraban el éxito del evento y agradecían a las concejalías y los padres y madres que prestaron su ayuda. Las AMPAS de Torrevieja dejaron caer que el año que viene más y mejor.


“Hemos dado cuenta las AMPAS de Torrevieja son capaces de afrontar por si solas cualquier desafío que se nos ponga por delante por el bienestar y la educación de nuestros hijos” agradecían además a los más de 700 alumnos que quisieron formar parte de esta fiesta y comunicaron la donación de los alimentos sobrantes a la asociación “Alimentos Solidarios”








ALUMNOS PREMIADOS
NUESTRO CENTRO GALARDONADO CON 3 DE LOS 6 PREMIOS OTORGADOS
El fallo del jurado ha sido el siguiente:
APARTADO DE NARRACIÓN (RELATO CORTO)
1ª Categoría:
Se concede el 1er premio, dotado con 100 Euros y Diploma acreditativo a la obra titulada:
“LA CURIOSA DE CARLOTA Y SU AMIGA HECHICERA”
Siendo su autora Dª. Laura Boj Pérez, de 1º de la ESO del IES LAS LAGUNAS.
2ª Categoría:
Se concede el 1er premio, dotado con 100 Euros y Diploma acreditativo a la obra titulada:
“EL MISTERIO DE JASON”
Siendo su autora Dª. Belén Gómez Martín, de 3º de la ESO del IES LIBERTAS.
3ª Categoría:
Se concede el 1er premio, dotado con 100 Euros y Diploma acreditativo a la obra titulada:
“EL REFLEJO”
Siendo su autora Dª. Andrea Ruiz Meléndez, de 1º Bachiller del IES TORREVIGÍA.
APARTADO DE POESIA
1ª Categoría:
Se concede el 1er premio, dotado con 100 Euros y Diploma acreditativo a la obra titulada:
“UNA BROMA PESADA”
Siendo su autora Dª. Carmen María Felices Pastor de 2º de la ESO del IES TORREVIGÍA.
2ª Categoría:
Se concede el 1er premio, dotado con 100 Euros y Diploma acreditativo a la obra titulada:
“MAMÁ”
Siendo su autora Dª. Valeria Rubilar Nuñez, de 4º de la ESO del IES MARE NOSTRUM.
3ª Categoría:
Se concede el 1er premio, dotado con 100 Euros y Diploma acreditativo a la obra titulada:
“TORERO”
Siendo su autora Dª. Elena Petrova Kirova de 1º Bachiller del IES TORREVIGÍA
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Finalmente el acto fue clausurado con las palabras del Concejal de Cultura que felicito a todos los participantes, especialmente a los agraciados y animó a las AMPAS a seguir trabajando en esta línea.
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ESTAS SON LAS OBRAS PREMIADAS:

El reflejo

Dedicado a Elena y a Magda, gracias
por la inspiración y las dosis de realismo.

La luz que entraba a raudales por la ventana me cegaba, hacía que se me irritaran los ojos, y puse una mano sobre mi rostro para protegerlos. “Vaya, si estoy despierta”, comprendí, y lentamente, los engranajes en mi mente comenzaron a girar. Recordé que era lunes, y que estábamos a comienzos de octubre, por lo cual, el sol no debería haber salido a las siete de la mañana. A menos, claro, que no fueran las siete, sino mucho más tarde. Busqué a tientas mi móvil y miré la hora: las nueve y media. Se me había vuelto a olvidar poner la alarma.
Debería haber salido de la cama de un salto, pero tenía el cuerpo paralizado por la absoluta certeza de que no había ningún motivo para levantarme. Revisé punto por punto mis expectativas para aquel lunes, buscando algo que me diera energías para ponerme en pie, pero en mi interior sólo encontré vacío.
Mi cabeza acabó de aclararse, y el sentido común tomó la palabra. “Si quieres tener un buen trabajo y ganar mucho dinero, necesitas ir a la universidad; si quieres ir a la universidad, necesitas sacar buenas notas en bachiller; y para sacar buenas notas, tienes que ir a clase, así deja de ser tan vaga y muévete, tonta.”
Así que me levanté de…bueno, confieso que realmente no era una cama, era un colchón hinchable con un saco de dormir encima. Debido a los problemas que habíamos tenido con el casero, mi madre y yo habíamos tenido que marcharnos de nuestro piso y nos habíamos instalado provisionalmente en el adosado de mi tío Víctor; como ella se había quedado con la confortable habitación para invitados, yo dormía en un cuarto que mi tío solía usar de trastero.
De todos modos, me vestí y salí de aquel cuarto hecha una fiera.
-¡Maldición! ¡¿Por qué no me has despertado, Víctor?!
Vociferé mientras entraba en la cocina. El tío Víctor “trabajaba”, pero eran trabajos ocasionales y pequeños, pagados en negro habitualmente, por eso no tenía la necesidad de levantarse temprano todos los días, y era incapaz de solidarizarse conmigo.
-¡Déjame dormir, Inma!
Me gritó desde su dormitorio; era la respuesta que esperaba, pero aun así me enfadé con él, porque estaba segura de que el molesto gen de la pereza lo había heredado de él. El fugaz desayuno a base de mueslis y zumo de tetrabrik me sentó fatal.

Cuando llegué al instituto ya estaba sonando la sirena que anunciaba el comienzo del recreo, así que fui directamente a la cantina. Mis amigas me vieron llegar y me llamaron, yo les sonreí en respuesta; poder estar con ellas era siempre un buen motivo para salir de la cama, se me debería de haber ocurrido antes.
Por un lado, Carla era espigada, morena, con los rasgos afilados enmarcados por rebeldes rizos negros, y los ojos muy verdes. Calmada y responsable, era la mejor oradora de nuestra clase. Por el otro, Xiang Li destrozaba cualquier estereotipo  sobre los chinos que se te pudiera ocurrir. Tenía los ojos oscuros, y el pelo teñido de un vibrante color azul, acostumbraba a vestir al estilo gótico. Era alegre y vivaz, no iba a la misma clase que Carla y yo porque había elegido hacer un bachiller de artes, mientras que nosotras habíamos escogido ciencias sociales.
Mi aspecto era bastante anodino comparada con ellas. Tenía el pelo castaño oscuro, tieso y aburrido, los ojos verdes, pero no tanto como los de Carla, sino tirando hacia el gris, y me sobraba algún que otro kilo, debido a mi adicción a los dulces.
Nos sentamos en nuestra mesa de siempre, y nos pusimos a hablar animadamente sobre el último objetivo amoroso de Carla; tardé en darme cuenta de que había algo pegado bajo la mesa, un papel. Lo cogí, por curiosidad, y resultó que no era la típica “notita” privada informando de lo “traidora y mala amiga” que era tal o cual persona: era un sobre, y tenía escrito mi nombre.
-¿Qué rayos…?
-¿Y eso? ¿Es una carta de amor?-Inquirió Carla.- ¡No me digas que al final Raúl y tú…!
-¡No! Absolutamente no. No sé quien puede haber dejado esto aquí…
Abrí el sobre, dentro tenía una nota que decía: Te estoy observando.
Me recorrió un escalofrío. El mensaje estaba escrito con letras recortadas de un periódico, como en las películas de secuestros.
“¿Qué clase de broma de mal gusto es ésta?” Me giré y miré a mi alrededor, a toda la gente que pululaba por la cantina, buscando infructuosamente a un sospechoso. Entonces, la sirena volvió a sonar, así que decidí olvidar aquello y poner camino hacia la clase de economía.

Una vez en clase, no era capaz de concentrarme en la letanía que recitaba la profesora. No por el hallazgo de la nota, ni porque el tema que estábamos dando me aburría, sino porque en mi mano tenía un lápiz afilado, y frente a mí, una hoja en blanco, nueva e inmaculada, susurrándome: “escríbeme”. Sentí vértigo, como si en vez de al borde de un papel estuviera al borde de un barranco. Por un momento, cedí a aquel embrujo, y dejé que mi mano dibujara palabras al azar: iris, lluvia, cristal…luego traté de unirlas, darles un coherencia, e ir construyendo sobre ellas una métrica, una rima. Me di cuenta de lo que estaba haciendo, y borré todas esas palabras de inmediato. El folio se volvió gris.
No era la primera vez que tenía uno de esos ataques, y sabía que debía detenerlos. Si malgastaba el tiempo con palabras improductivas, olvidaría lo que era realmente importante. Por ejemplo, aquella lección de economía de la que no me había enterado de nada, y que seguro que saldría en el examen. Abandonar la pereza, ponerme en pie todas las mañanas, librarme de los versos malditos y atender en clase. Si hacía eso, podría ir a la universidad, sacar el grado de ADE, conseguir un trabajo digno y no tener que volver a dormir en un condenado colchón hinchable. Era consciente de que ese era el único camino, pero era tan difícil seguirlo…
La clase acabó, y yo me sentía desesperanzada y vacía.

Llegaron las tres de la tarde, y tras despedirme de Carla fui a buscar mi moto, que estaba aparcada a una manzana del instituto. Me quedé helada al ver que, sobre el manillar, alguien había dejado un ramo de narcisos. Entre los narcisos, otra nota escrita con letras de periódico: Deja de engañarte.
-¡Ya está bien de bromas patéticas!
Tiré las flores a la basura llena de rabia, saqué la caja de caramelos que siempre llevaba encima, me comí un puñado para que los azúcares calmaran mi ansiedad, y me fui a casa.

Se podría decir que nuestra casa estaba llena de ausencias. La ausencia de la última novia de mi tío se podía sentir en cada rincón, densa y asfixiante. En la habitación que yo ocupaba, también podía apreciar la ausencia de una cuna y millares de ositos de peluche; pero, claro, nunca se me habría ocurrido preguntarle nada a mi tío al respecto, ese era su secreto. No sería justo decir que mi madre estaba ausente, sino más bien “poco presente”, dado que se pasaba muchísimas horas trabajando a cambio de un sueldo insultantemente bajo, aunque eso es algo bastante común. Sin embargo, la peor ausencia, la más dolorosa, era la de mi padre. Se había marchado a Alemania a buscar trabajo, podía sentir la enormidad de los mil setecientos kilómetros que nos separaban de una forma tan tangible como sentía el peso de la mochila en mi espalda o el suelo bajo mis pies, y me desgarraba. Aunque le echara de menos, intentaba disimularlo cuando nos telefoneaba; no quería que se sintiera culpable.
Por todo esto, al principio no me extrañó encontrar vacío el adosado. En la cocina hallé una pila de platos en el fregadero, y un bol de macarrones fríos esperándome, mi madre y mi tío ya habrían comido hacía rato. Miré el reloj de pared que había junto a la nevera, y me sorprendí: “¡¿Las cuatro y media?! ¿Cómo he podido tardar tanto en volver del instituto?”
Fui al comedor, estaba en penumbra porque habían bajado las persianas. Pulsé el interruptor, pero la lámpara de techo no se encendió. ¿Se habría fundido la bombilla?
Mi tío tenía una estantería llena de libros eruditos, que sólo servían para demostrar nuestro nivel cultural a las visitas, nadie los leía nunca. Por eso me di cuenta al instante de que había un volumen fuera de su sitio, el flagrante espacio vacío en medio de la segunda leja no dejaba lugar a dudas. Mis ojos divisaron pronto el libro, abierto de par en par sobre la mesa, una flor de narciso descansaba sobre sus hojas.
Los latidos de mi corazón se aceleraron. Fui hacia el libro, con pasos lentos, como si temiera que en cualquier momento una bestia saltara de las páginas. Algo iba mal, muy mal, y ya no podía negarlo. Vi que en las páginas del libro estaban impresas las primeras estrofas de un poema: El cuervo, de Edgar Allan Poe.
Súbitamente, el suelo empezó a temblar. Las paredes se agitaron, produciendo siniestros crujidos, todo en torno a mí sufría violentas sacudidas. Seguramente fue producto del miedo, pero creí percibir una presencia maligna en la oscuridad, riéndose a mi costa. Chillé, aterrada, me metí debajo de la mesa, me abracé a mis piernas, hundí el rostro en mis rodillas y cerré los ojos.
-Es una pesadilla. Despiértate, despiértate, despiértate…
El temblor se detuvo pronto, pero yo seguí largo rato gimoteando bajo la mesa. Escuché el ruido que hacía la cerradura de la entrada al abrirse, luego unos pasos presurosos, y mi tío apareció.
-¡Inma!-Me sacó de allí abajo y me abrazó. Aunque su ropa apestaba a tabaco, el gesto me reconfortó y alejó mi miedo.-No habíamos tenido un terremoto así en años. Pobrecita, mira que pillarte sola.
Me aparté de mi tío, sintiéndome un poco tonta por haberme asustado tanto. “En Japón hay terremotos todos los días, no son algo tan terrible.” Busqué con la mirada el libro de poemas. Había llegado a tener la esperanza de que hubiera sido sólo un espejismo causado por el susto, pero seguía allí, como una Biblia sobre un altar.
-Vaya, Inma, qué raro. ¿Has estado leyendo?
-Sí.-Mentí.-Pero es un libro aburridísimo.

En los días sucesivos, fui encontrando nuevas notas y narcisos en los lugares más inesperados, en ocasiones las luces de casa se iban sin motivo aparente, y de vez en cuando la antología de poemas de Poe aparecía sobre mi almohada. Yo me estaba volviendo cada vez más paranoica, me sentía vigilada fuera a donde fuera, empecé a consumir una caja de caramelos diaria, y a veces tenía lagunas en la memoria, pasaban horas enteras de las que no recordaba qué había estado haciendo.
Pero una mañana de viernes, al salir del adosado para ir a clase, encontré la enésima carta sobre el felpudo, y me harté. Comprendí que lo había estado afrontando de una manera totalmente errónea: la experiencia me había enseñado que un par de guantazos a tiempo bastaban para dejar claro quién eras y qué no estabas dispuesto a tolerar, debería haber buscado un enfrentamiento directo desde el principio, en vez de esperar a que mi acosador desapareciera por arte de magia.
Así que arranqué un trozo de hoja de libreta, agarré un bolígrafo y escribí mi propio mensaje: deja de ser un cobarde y da la cara, y al final añadí uno de mis insultos favoritos. Puse la nota bajo el felpudo, dejando que sobresaliera un borde, y me marché.

Comí en casa de Xiang y pasé buena parte de la tarde con ella, así que llegué a casa cuando ya había anochecido. Iba pensando que la idea que había tenido por la mañana había sido realmente absurda, por lo que me detuve para retirar el mensaje del felpudo. El papel seguía donde lo había dejado, pero sobre él había un afilado fragmento de espejo. Al coger la nota, vi que debajo de mi frase estaba escrita una única palabra, en letras de periódico: Búscame.
Un agudo graznido sonó detrás de mí. Me giré y vi a un ave negra picoteando los restos de unos gusanitos esparcidos por el suelo. Un cuervo.
Lo interpreté como una señal, y en cuanto el pájaro emprendió el vuelo, yo lo perseguí. Crucé la ciudad frenética, preocupada sólo por no perder de vista al cuervo, sorteaba los obstáculos que salían a mi paso gracias a mis reducidos conocimientos de parkour.
Al fin el ave se detuvo junto a unos cubos de basura y se puso a buscar algo suculento que picotear. Reconocí aquella calle, estaba en el barrio de Carla. Me ardían los músculos y estaba sin aliento de tanto correr, esperé por si el cuervo emprendía el vuelo de nuevo, pero parecía que había llegado a la última parada.
-¡¿Dónde estás?!
Grité, nadie respondió. Entonces vi que, apoyado contra uno de los contenedores, había un espejo de cuerpo entero con un bonito marco de hierro forjado. La parte inferior del cristal había sufrido un golpe y estaba astillada. Me di cuenta de que en todo este tiempo no había soltado la esquirla de cristal que había hallado junto con el mensaje. Me puse frente al espejo, y comprobé que mi pedazo encajaba perfectamente entre los demás fragmentos de cristal.
Miré a la chica atrapada en el reflejo, y de igual manera que habían encajado los trozos de espejo, las piezas dispersas en mi mente encontraron su orden natural. Fui recordando todo lo que había hecho en esos lapsos de tiempo en blanco, la respuesta a mi pregunta brotó en mi pecho y la acepté con sorprendente serenidad.
-Así que eras tú.-El reflejo asintió con la cabeza.- ¿Qué quieres de mí?
-Ya lo sabes.
Replicó. Sí, yo siempre lo había sabido.

Mi madre, mi tío y yo cenamos juntos por primera vez en mucho tiempo, hablamos largo y tendido de todas las cosas que desconocíamos los unos de los otros debido a nuestras ausencias. Ya al filo de la medianoche ellos se fueron a sus dormitorios, y en cuanto vi que apagaban las luces y se hacía el silencio, cogí una linterna, una libreta, un bolígrafo, cojines y una manta, y subí a la pequeña azotea de la casa. Al estar en la periferia de la ciudad, no había una excesiva contaminación lumínica en nuestro barrio, por lo que podía disfrutar de la compañía de algunas estrellas y la tímida luna creciente. Me acomodé en un rincón de la terraza, abrí la libreta, y escribí.
Las palabras fluyeron sin esfuerzo, cada vocablo era una joya que iba engarzando en los versos para crear un collar de estrellas. No había espacio en mi mente para nada más, mi alma ardía en pasión, cada letra trazada era un acto de rebelión y de liberación, y no pude evitar esbozar una sonrisa.
No sé cuantas horas pasaron antes de que el sueño me venciera y me acurrucara sobre la manta para echar una cabezada. Me dolía la mano, pero era un dolor sordo y satisfactorio; me había convertido en una persona diferente, una que no estaba vacía ni ausente de su propia existencia, sino completa y llena de ganas de vivir.
Entreabrí mis ojos cansados y le devolví la mirada al espectro de la “yo” que aun creía que estaba tomando la decisión equivocada.
-Te arrepentirás de esto.
Me dijo en tono de reproche.
-No lo creo.
Le respondí, y caí definitivamente en los brazos de Morfeo.

El domingo decidí tomarme un descanso; dejé el poema que tenía entre manos y llamé a Xiang. Le pregunté si le quedaba tinte de pelo, y como la respuesta fue afirmativa, esa misma tarde adquirí unas nuevas y despampanantes mechas azules, y por la noche salimos juntas a quemar la ciudad.
Regresé a casa de madrugada, mi madre se despertó al oírme entrar. Sólo me dirigió un “mañana hablaremos de esto”, con el ceño fruncido, y volvió a la cama. Apenas dormí un par de horas antes de que sonara la alarma del móvil, pero no importó, aun me quedaban fuerzas para correr una maratón.
Cogí las hojas en las que tenía escritos mis poemas y las metí en mi mochila; se los leería a mis amigas, y tal vez se los enseñara la profesora de lengua para que me diera su opinión.
Iba de camino al instituto en mi moto, tarareando una canción de The Black Keys, despreocupada, cuando una conocida y molesta vocecilla me dijo:
-¿No se te está olvidando algo?
Me dije.
-¿Qué dices?
Me respondí.
-¿No tenías que presentar hoy un trabajo de economía?
Me dejó estupefacta.
-Lo había olvidado por completo…
-¡Te lo dije! ¡Te has olvidado de lo que realmente importa, y vas a seguir olvidándolo durante el resto de tu vida si no te deshaces de esas palabras! ¡Acabarás como todos los poetas: pobre, borracha y sola!
-¡Eso no es cierto!
No vi la curva, habría sido imposible verla con tanta distracción. Antes de que pudiera hacer nada, mi moto y yo estábamos rodando por el suelo. Mi mochila se abrió y todo su contenido se desparramó por la carretera, los libros en el suelo parecían soldados caídos en el campo de batalla. Me quedé allí tirada, tenía todo el cuerpo magullado; vi los folios con mis escritos ser suavemente arrastrados por la brisa, y estiré el brazo hacia ellos sin lograr alcanzarlos. Se me estaba nublando la vista…

Estaba de pie al borde de la carretera, mirándola hecha un patético guiñapo sobre el asfalto. Sabía que mi vida sería más fácil si aquella persona desaparecía y se llevaba sus palabras malditas con ella, pero, en el fondo, no quería perderla. Así pues, con mi garganta seca y dolorida, grité.
-¡Por favor…! ¡Que alguien me ayude…!
FIN
 Una broma pesada

 Destino fatal,
 Nos han hecho bajar
 Porque la profesora de Valencià
 ha debido faltar.

                   5     Al rato después,
  nos han hecho subir
  diciendo que la profesora de Valencià
  ha debido venir.

  Al arriba llegar,
      10   nos han hecho bajar
             porque al final
             la profesora de Valencià
             ha faltado por fin.

             Menuda broma nos han de gastar,
      15  unos diablillos han debido ser
             aquellos que nos la han debido gastar.



 Firmado por: Nemrac



" TORERO "

Allí está el toro
el sol brilla en sus ojos de oro
su piel negra respira
y de su boca cae saliva.
Su sangre roja corre por la arena.
¿Podrá hacer la mejor faena?
El rojo al traje manchó
el público chilló.
Sonó de nuevo el pasodoble
entró un caballo asustado, el pobre.
Se enganchó el toro con fuerza
luchando, pues es su naturaleza.
El capote abrió al baile mortal
entre diestro y animal
agilidad por gracia cambió
luego el hombre airoso salió.
El torero a su enemigo mira,
sabe que se juega la vida.
El sudor por la frente cae,
pero su mirada no se distrae.
Solo se oía el rumor
de los abanicos apartando el calor.
La tensión hacia al aire temblar
ni siquiera uno podía pestañear.
Por fin el torero se decidió
con un ágil salto su faena acabó.
Después de al toro matar,
el público alzó a gritar.
Pañuelos blancos por el aire volaron,
todos la faena aprobaron.
Por aquél triunfo dos orejas se llevó
y el orgullo de ser el que mejor toreó.
Elena Kirova de 1Bach






Los “Sotaneros” se alzaron con el primer premio, seguidos de “Arroceros Salseros” y “Los cojonudos”
Esta actividad es la primera que se realiza por parte de todos las Ampas de los Institutos de Secundaria de Torrevieja y que marca un punto de partidas para nuevos eventos coordinados que realizaremos en el futuro con el objetivo de unir esfuerzos de las juntas directivas en beneficio de los alumnos y sus Padres.



Los Bailes Del I.E.S. 5 (Torrevieja) 16/6/11 



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